No se va quien queda en la memoria y en el corazón de la gente. Rafa no se va porque seguro que nos seguirá impresionando con cualquiera de los nuevos retos que decida asumir porque es un ganador nato. Un ganador de los de antes, de los de mérito diario, esfuerzo y constancia. De los que se ha superado a sí mismo mil veces a base de cambiar la conformidad por ambición y superación. De dejar de lado las excusas y dedicarse a esa cultura del esfuerzo que cada vez echa más de menos nuestra sociedad global.
Y no, a nuestro modesto entender el gran éxito de Rafa no son sus 22 Grand Slams, ni sus 92 torneos nacionales e internacionales, ni sus 4 Copa Davis, ni su impresionante medallero olímpico; ni siquiera ser portador del Premio Príncipe de Asturias. Su éxito, su verdadero éxito ha sido el de deconstruirse y volver a reinventarse infinidad de veces, sacando siempre una mejor versión de sí mismo. Porque la grandeza de Rafa radica en el ejemplo que nos ha dado todos estos años sobre cómo debemos afrontar la vida; mirándola de frente, sin miedos ni prejuicios y estando siempre decidido a mejorar en la más sana de las competencias; en esa que uno tiene que pelear para ser un poquito mejor cada día. En esa superación personal, en esa pelea que es nuestra, sólo nuestra.
Rafa se retira del tenis profesional demostrando que un chaval mallorquín con ilusión, fe y esperanza puede llegar muy lejos si su estrategia se basa en el esfuerzo, el sacrificio y la constancia. Los títulos son lo de menos, el legado de su propio ejemplo que nos deja es lo más importante.
Gracias por tu ejemplo, Rafa. Por irte tal como llegaste, siendo tú mismo. Por no perder la humildad, por no endiosarte como otros que no consiguieron ni la mitad que tú. Por estar siempre dispuesto a defender a tu sociedad y a tu país haciendo lo que mejor sabes. Por exportar la marca España por el mundo entero.
Y por supuesto, por habernos hecho sentir tan orgullosos de ti todo este tiempo.
